13 de diciembre de 2019
“El planeta azul”, es el seudónimo del planeta tierra debido a su considerable composición de agua. Tres cuartas partes del globo corresponden a este manto líquido que funciona como regulador del incremento de la temperatura del planeta, que ha ido en alza desde la era preindustrial hasta hoy.
Esta función que realizan los océanos también ha causado algunas alteraciones en su equilibrio ecosistémico. Cristian Vargas, oceanógrafo y académico de la Universidad de Concepción se refiere a este fenómeno como algo que “es totalmente atribuible al aumento de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera por causas antropogénicas, es decir, provocadas por el ser humano”.
“El dióxido de carbono, uno los Gases de Efecto Invernadero (GEI) se disuelve en el mar, y para regularse en la columna de agua baja su pH, es decir, aumenta su nivel de acidez. Con esto disminuyen los carbonatos que es el elemento que conforma el exoesqueleto de numerosas especies como las conchas y estructuras calcáreas de diferentes moluscos”, explica.
Las aguas marinas han absorbido un 90% del exceso de calor en la atmósfera de la tierra, y entre el 20% y 30% de las emisiones de carbono.
El último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), el comité científico asesor de la ONU, sobre océanos y criósfera, señala que las aguas marinas han absorbido un 90% del exceso de calor en la atmósfera de la tierra, y entre el 20% y 30% de las emisiones de carbono.
No obstante, pese a la importancia de la salud de los océanos, es uno de los temas menos protagónicos de las negociaciones de las Conferencias de las Partes o COP25, la cumbre climática de la ONU, que comenzó esta semana en Madrid, España. Esto motivó a que el gobierno de Chile, como país que asumió la presidencia de la instancia internacional durante este año, incluyera entre las prioridades del evento el evaluar la función de los océanos para detener el cambio climático y los impactos que se están identificando en éste.
De hecho, la alteración del pH de los océanos no sólo afecta directamente a un grupo de especies, sino que podría alterar la cadena alimenticia dada por la interacción de plantas marinas y animales, generando un cambio de comportamiento. En ese sentido, algunos peces podrían gastar más energía en regular su pH interno que en alimentarse.
“Estamos en presencia de un fenómeno que es diez veces mayor que cualquier evento en los últimos 55 millones de años, por lo tanto, no tiene precedentes y sólo nos queda investigar para modelar cómo reaccionarán las especies en el futuro”, señala Vargas.
Es más, según el investigador, que fue parte del grupo de científicos que participó en la elaboración del último informe del IPCC, “Se estima que para 2100 el océano sea un 170% más ácido”.
Investigaciones chilenas
La costa chilena, es particularmente interesante para estudiar el océano debido a la heterogeneidad que alberga. Los procesos locales generan efectos únicos en el mundo debido a su geografía. Por ejemplo: el derretimiento de glaciares, la Corriente de Humboldt, los procesos de surgencia (el ascenso de aguas marinas profundas hacia la superficie del mar) y la descargas de ríos y fiordos.
La primera estación de estudios de acidificación del océano de Sudamérica fue emplazada en el año 2009 en Chile, seis años después de que se empezara a estudiar formalmente este fenómeno a nivel mundial. La estación correspondía a un Programa de Investigación Asociativa (PIA) conformada por investigadores de distintas disciplinas y que fue albergada por la Universidad Austral en Calfuco.
Esta investigación, que duró tres años, se basó en los cambios que experimentarían especies de importancia económica -choritos y locos- al aumentar el CO2 en el agua. El estudio reveló que empezaban a disminuir todas sus tasas fisiológicas, es decir, comían menos alterando su respiración y su interacción con el entorno. Más adelante, en el 2013, otros estudios señalaron que se alteraban sus procesos internos cambiando su color y estructura, disminuyendo sus ácidos grasos, proteínas y vitaminas.
No obstante, no todas las especies se verían perjudicadas. En un océano con un pH bajo por altos niveles del CO2, las algas podrían ver favorecido su proceso de fotosíntesis. Paula Celis Plá, investigadora en Botánica Marina de la Universidad de Playa Ancha, está ejecutando un proyecto Fondecyt que estudia las algas pardas de la zona central y cómo estas reaccionan a diferentes estresores provocados por el cambio climático.
“Nuestras investigaciones nos han demostrado que la disminución del pH en el agua de mar, puede favorecer la actividad fotosintética de las algas no calcáreas y generar cambios fisiológicos en ellas. Investigaciones en distintas partes del mundo, han demostrado que estas algas podrían beneficiarse de estos procesos en determinadas condiciones”, afirma la botánica marina.
Otras investigaciones internacionales dicen que la flora marina incluso podría ayudar a mitigar los procesos de acidificación. Sin embargo, por el contrario, hay otros estudios que advierten de los impactos que podría tener la proliferación de algas tóxicas en este escenario, afectando a otras especies.
Laboratorios naturales
Un océano más ácido, no necesariamente significa un océano sin vida. Ambos científicos explican que existen verdaderos laboratorios naturales donde este fenómeno ya existe y es posible ver cómo se desarrolla la vida en estas condiciones.
“Galápagos es una isla muy interesante de estudiar, porque tienes un volcán bajo el agua, se pueden ver numerosas especies habitando en ese lugar, ninguna con conchas, pero si hay peces y algas. Entonces nos preguntamos si estas especies han generado estrategias metabólicas, fisiológicas que les permitan poder adaptarse a este ambiente”, explica Cristian Vargas.
¿Es posible que las especies marinas puedan llegar a adaptarse a este nuevo ambiente más ácido que se está generando?
Paula Celis Plá, por su parte argumenta, “En el sur de Italia, en la isla de Vulcano, tienes un sitio de acidificación natural y donde hay vida, hay vegetación, todo un sistema habitando en esas condiciones”.
La pregunta es, entonces, ¿es posible que las especies puedan llegar a adaptarse a este nuevo ambiente que se está instalando poco a poco?
Por su parte, el oceanógrafo de la U. de Concepción explica, “Nosotros no sabemos cómo van a reaccionar las especies, podemos investigar en sistemas modelados y proyectar algunos efectos, pero eso no quiere decir que sepamos cómo van a reaccionar”.
“Emergencia Climática Global”
Pocos días de antes del inicio de la COP25, en Madrid, el Parlamento Europeo decretó Emergencia Climática Global, lo que implica acelerar todas las acciones que se estaban llevando a cabo para disminuir la emisión de Gases de Efecto Invernadero del 40% al 55% para el 2030, respecto de los niveles que emisiones de 1890. Así se podría alcanzar el objetivo de mantener el aumento de la temperatura media de la tierra por debajo del 1,5°C, respecto a los niveles pre industriales.
Un problema global tiene consecuencias locales muy diversos, producto de diferentes factores y variables. Respecto de los océanos y el impacto social que esto conlleva se proyecta una alteración considerable en la acuicultura y un futuro de adaptabilidad al cambio climático; nuevas condiciones en las que pescadores deberán cultivar especies y que tipo de especies se podrán cultivar en adelante.
“Va a cambiar la alimentación de las personas, no vamos a tener la misma cantidad disponible de especies para las personas, a menos que seamos capaces de emular las condiciones en tierra y eso carísimo”, explica Paula Celis Plá enfatizando que las consecuencias están ocurriendo en el presente.