3 de mayo de 2021
A mediados de los años 80, las compañías discográficas del mundo empezaron a discontinuar la edición de longplays en vinilo, un formato que para las generaciones jóvenes de entonces empezaba a ser tan anticuado como los viejos discos de pasta en 78 RPM que escuchaban sus padres y abuelos. Las quejas habituales eran que el ruido de la púa era inevitable, que el sonido solía ser pastoso, que las rayaduras y saltos eran más frecuentes de lo deseado, y hasta que era molesto interrumpir la escucha para dar vuelta el disco del lado A al B. La aparición del CD fue como el maná caído del cielo: se elogió su sonido límpido, la pureza de su reproducción sin sobresaltos, la capacidad de almacenamiento en un único lado.
Sin embargo, el hechizo duró poco menos de dos décadas: primero Alemania, tímidamente, y luego otros países europeos y los Estados Unidos, reiniciaron con el nuevo siglo la producción de vinilos, ahora con una calidad superior, al igual que la de las bandejas y púas de nueva generación. Y si éstas tampoco pudieron desterrar el problema del ruido de fricción, lo disimularon. Fue entonces, como el amante que regresa a su primer amor, que los audiófilos empezaron a encontrarle al frío CD todos los defectos inherentes a su condición digital, es decir, a la comprensión de audio, y a elogiar el sonido “cálido” que el rango dinámico del vinilo podía darles y que ellos, ingratos, despreciaron. Así, en 2013, la industria mundial del vinilo llegó a facturar por encima de los 218 millones de dólares, en comparación con la casi extinción de veinte años antes.
La gran pregunta de hoy es, ¿ocurrirá lo mismo con ese otro formato que parecía más muerto que el vinilo y que se había discontinuado hasta en los automóviles? El cassette, el popular cassette cuya cinta magnética interior solía enredarse y a la que había que enderezar con la punta de una birome, o que se cortaba y se debía restaurar con cinta scotch, ese cassette tan artesanal no sólo nunca desapareció del todo sino que, según cifras de venta recogidas hace días en Europa, particularmente en Gran Bretaña, podía estar teniendo una nueva vida. El año pasado, la British Phonographic Industry, informó que se vendieron 157,000 cassettes en el Reino Unido, lo cual representa no sólo el doble en relación a 2019 sino la cifra más alta desde 2003, cuando el formato empezaba a ser sepultado por las novísimas plataformas digitales.
En los Estados Unidos, la cifra de nuevos cassettes de audios vendidos llevaba la delantera el año pasado, con 219.000 unidades contra 178.000 en 2017. Lady Gaga, 5 Seconds of Summer, Dua Lipa y Selena Gómez fueron los artistas que más vendieron en 2020 en cassette de audio en Inglaterra.
Desde ya, estas cifras aún son insignificantes en sí mismas (Fleetwood Mac, Amy Winehouse y Nirvana fueron los artistas más vendidos en 2020 en vinilo, formato cuyas ventas totales se elevaron a 4,8 millones de unidades) pero representan un crecimiento cuyo final nadie puede prever.
Desde luego, cuando se habla de formatos con soporte físico, eso no representa mundialmente más de 20% de la música vendida contra 80% de los servicios de streaming como Spotify. Pero, para las investigaciones no sólo de mercado sino también sociológicas, el regreso a los soportes físicos, tangibles, coleccionables, representa una variable de sumo valor.
Entrevistada por la BBC, la editora Tallulah Webb, que hace cuatro años lanzó en Londres el sello Sad Club Records, especializado en cassettes, dice que ese formato es el ideal para los solistas y grupos primerizos y de escasos recursos, pero que desean una edición profesional de su música. Tal como ocurre con los vinilos, la nueva generación de cassettes tiene un sonido superior a los que se editaban en las décadas del 70 y 80. “Es difícil que el público adulto deje de asociar el cassette con un sonido chirriante y de baja calidad, por lo cual no es un formato con el que se puede editar música clásica, por ejemplo”, agregó “pero eso no ocurre con las nuevas generaciones, que no conocieron lo anterior. Para ellos el cassette es un descubrimiento, y que suena más que bien”.
Otra de las razones del renacimiento del cassette coincide con el del vinilo: la oferta suele ser diferente de las plataformas comerciales, y se dirige a un público que busca propuestas que no pueden darle los servicios de streamings. Hay un cuidado, una selección de material diferente de lo masivo, que indudablemente se une también a una cierta sofisticación “vintage”.
Hace dos años, la compañía francesa Mulann lanzó un formato nuevo de cassette llamado Fox, que se basaba en una reformulación y mejora técnica de las cintas alemanas más famosas de los 70, BASF y AGFA. Otra empresa francesa, Renou, sacó al mercado un nuevo reproductor de cassettes y walkman, a un valor de 60 euros.